lunes, 5 de septiembre de 2011

MATAR A LA NOCHE

...Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta. Y el Cuervo dijo: “Nunca más.

No pude continuar leyendo. El poema con el que cada noche mi hija Daniela acostumbraba a entregarse a los brazos de Morfeo tuvo que detenerse en aquel verso.

- Por favor papá, no leas más. Tengo miedo.

Inmediatamente cerré el libro y la abracé.

- Ven hija. Por hoy ya es suficiente. Que descanses.


Y después de arroparla y de entregarla al mundo de los sueños con un beso de buenas noches, apagué la luz.

El silencio de la noche era continuamente violado sin permiso por el ulular del viento y el cielo perdía su majestuosa y cómplice oscuridad al iluminarse por segundos con la luz efímera de los rayos que anunciaban tormenta. Y allí estaba yo, apoyado en la barandilla de madera del porche disfrutando de aquella sensual noche que parecía inmortal y que moriría, como la noche anterior, en los brazos de otra madrugada. Oí un ruido en el jardín, un ruido al que no dí más importancia que la que tiene la necesidad de un par de “mininos” rebuscando en la basura.

Pasaban quince minutos de las tres de la mañana cuando Daniela se despertó entre sollozos.

- Papá , hay alguien en mi cuarto. Ven, corre.

Me abalancé de la cama, cogí la pistola que guardo en la mesilla y corrí hacia su cuarto dispuesto a matar a aquel intruso. Daniela me abrazó. Después de ponerla a salvo empecé a rastrear palmo a palmo la habitación: detrás de la puerta, dentro del armario, debajo de la cama,... A los pocos minutos me dí cuenta de que nadie, por mucho que quiera proteger a su hija, puede matar a la noche, ese libro con las páginas en blanco en el que escribimos todos nuestros miedos.

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