lunes, 6 de mayo de 2013

ESCRACHE A LAS CONCIENCIAS


El día que el presidente de Argentina Carlos Menem indultó a los asesinos relacionados con la dictadura del general Videla, militar que llegó al poder por el atajo del golpe de Estado, además de dar la razón a los bárbaros, el mandatario patentaba el escrache de índole político. Y es que el pueblo argentino, harto ya del abuso y del genocidio indiscriminado, empezó a manifestar su indignación frente a las casas de los que alimentaron aquella sangrienta dictadura. Corría el año 1995. En España el término escrache se empieza a popularizar a principios del año 2013, a raiz de las manifestaciones de descontento protagonizadas por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), y que aplicaron a miembros del Partido Popular, entre ellos Esteban González Pons, Vicesecretario General de Estudios y Programas del Partido Popular, Alicia Sánchez Camacho, Presidenta del PP catalán y Alberto Ruiz Gallardón, Ministro de Justicia.


Situado el lector, me pregunto si existen casos que legitimen la aplicación de la arriesgada fórmula del escrache. ¿Dónde termina la denuncia y dónde empieza el acoso? Ante el riesgo de parecer antidemócrata, terrorista o acosador, yo defiendo activamente el escrache. Aunque voy un poco más allá y abogo por sacar la guillotina a las calles y empezar a cortar cabezas, aquellas de los que nos han escrachado la vida con su particular visión de la democracia. De esta casi genocida situación no culpo en exclusiva al actual gobierno (del Partido Popular) ya que los que ahora saborean las hieles de la oposición tuvieron la oportunidad de cambiar el rumbo de esta crisis y no lo hicieron. Y culpo a Izquierda Unida, los terceros en discordia, quienes se aliaron con el PSOE, señalado con el dedo acusador por los famosos ERE andaluces, con el único objetivo de conseguir el poder. Y lo consiguieron. Algún militante defendió la postura diciendo que desde el peldaño elevado del mando resulta más fácil cambiar las cosas. Puede ser. Aunque muchas veces se ejerce más presión desde abajo, posición desde la que nunca se pierde ni la credibilidad ni la dignidad que han perdido los herederos de Julio Anguita. Pero, ¿qué aporta la dignidad en un país donde los que no pueden defender su razón guardan silencio, se niegan a contestar o dan un portazo a la palabra? Diré, aun a riesgo de equivocarme, que muy poco. En nombre de la dignidad se han justificado las barbaridades más escandalosas de la humanidad; en nombre de la soberanía popular nuestros gobernantes, esos a los que les hemos dado nuestra confianza en forma de voto, nos han desahuciado, han “cogido prestado” dinero del erario público, se han financiado ilegalmente, han defraudado a Hacienda, malversado fondos, silenciado catástrofes, asesinatos y acosos, han engañado y extorsionado a jubilados, funcionarios, parados, artistas, autónomos,… En definitiva, que han recortado nuestros derechos (en algunos casos ya ni existen) convirtiéndolos en obligaciones.


Lo grave del asunto es que después de huelgas generales, manifestaciones, asedios al Congreso, unos de mayo y demás parafernalia que atufa nuestros sueños con la halitosis de la cruda realidad, cada vez estamos peor. Anímica y socialmente peor, pues somos testigos de que nuestras acciones no sirven para nada y que nuestras palabras no las escucha nadie. Incluso la ley, que en teoría nos debería de igualar a todos, ahora es lo que más nos separa. El ciudadano, el que con su día a día sostiene la democracia, el que según el gobierno es culpable de esta y de todas las crisis, es el que realmente padece los abusos que en nombre de la dignidad lleva a cabo el poder. Porque es a él al que se le exigen sacrificios, se le recorta, se le calla, se le humilla, se le impone y se le exprime, para ser fagocitado poco a poco por estados depresivos que le empujan a quitarse la vida en este genocidio encubierto y financiado por los que realmente mandan: los bancos. Los más necesitados siempre estamos en el punto de mira, todo es posible en un país sin valores, heterogéneo, desunido, insolidario. Eso sí, diez mil personas se citaron en las calles de la capital para arropar a los jugadores del Real Madrid, necesitados de una remontada futbolística que al final no se produjo. Esos jugadores y esa afición que permanecen sentados en sus sillones cuando el pueblo necesita de su calor para manifestarse contra la política de mediocridades de este y de otros gobiernos. Es por eso que un país como este, que solo destaca en lo deportivo, se vuelve inhóspito para soñadores, utópicos, defensores de los valores, gente con principios, que ama al prójimo como a sí mismo. Gente como nosotros, amigo lector. Entonces, ¿es lícito matar al que mata? El refranero aclara nuestra duda: quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón.

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