lunes, 11 de abril de 2011

PEZ DE LA FAMILIA DE LOS POECILIDAE, VITRINA DIECISIETE

¿SOIS conscientes vosotros, niños y adolescentes, de que el agua es un recurso imprescindible para el perfecto desarrollo de la vida? Sin agua las plantas, los animales y las personas morirían. El agua, la misma que se utiliza para beber, para asearse o para cocinar, también puede curar enfermedades. Además constituye un nutriente esencial para la vida, un líquido imprescindible y necesario, tan necesario como el aire que respiráis vosotros los humanos. Incluso con ella puede generarse electricidad.

¿Sabíais vosotros, niños y adolescentes, que beber agua mejora el funcionamiento de los riñones, que beber agua diluye los líquidos corporales como la sangre o la orina, que beber agua facilita la digestión y regula la temperatura corporal mediante su evaporación a través de la piel en forma de sudor?

¿Sabíais vosotros, niños y adolescentes, que el cuerpo humano está compuesto por un 75% de agua, que el agua ocupa el 75% de la superficie del planeta y que de ese 75% tan solo un 3% es dulce?

Supongo que todo esto ya lo sabíais. Lo que puede que no supierais es que millones de personas no tienen acceso al agua potable, que millones de niños y adolescentes, niños y adolescentes como vosotros, mueren cada día debido a enfermedades causadas por el agua contaminada. La sequía destruye los cultivos, los desechos animales y las aguas residuales contaminan los ríos, el uso indebido de fertilizantes envenena las aguas subterráneas. El humo que desprenden las fábricas se mezcla con el agua de la atmósfera formando una acidez que queda almacenada en las nubes, acidez que cuando llueve y el cielo la devuelve a la tierra se mezcla con el agua de los lagos, de los ríos, de los pantanos, volviéndola ácida e insalubre. El agua es tan importante que necesita protección. Pero para que vosotros, niños y adolescentes, seáis conscientes del alcance de su importancia os voy a contar una historia: la historia de mi vida.

Si os digo que el aire, ese elemento tan necesario y tan vital para vosotros los humanos a mí me mata de asfixia, probablemente no sepáis quién soy. Tampoco lo sabréis si os digo que mi nombre científico es “poecilia reticulata”, aunque mis amigos me conocen como “Guppy”. Pero si os digo que mi cuerpo está cubierto de escamas que me protegen, que tengo aletas y que el agua es mi único medio para vivir probablemente la mayoría de vosotros ya sabréis quién soy. Pues claro, soy un pez, respiro en el agua gracias a mis branquias y soy un vertebrado pues tengo una espina dorsal al igual que vosotros los humanos, los mamíferos, los reptiles, los anfibios y las aves. Soy un pez y recuerdo con nostalgia cómo hace mucho tiempo nadaba y jugaba en las aguas dulces y siempre cristalinas de aquel río que era mi hogar, el hogar de mi familia, el hogar de mis amigos. Un río que a pocos kilómetros desembocaba en el mar, un mar inmenso, tan inmenso como desconocido. Recuerdo con nostalgia a mis amigos: a “Molly”, un pez que siempre estaba llamando la atención debido a sus vivos colores, a Luismi, a quien le encantaba recorrer el fondo del río buscando comida con sus largos bigotes y cuyo color cobrizo simulaba al bronce, y a Lidia, un pez besador color plata que brillaba con los innumerables rayos del sol que se atrevían a pasar a través del agua. Lidia y yo nos gustamos desde el primer día que nos conocimos. Ocurrió que una tarde de primavera mientras jugábamos en el parque unos peces mayores que nosotros se metieron con ella. Entonces yo acudí en su ayuda, a defenderla como si fuera un caballero medieval y ella fuera mi princesa prometida. Aquella tarde recibí mi primera paliza… y mi primer beso de amor. Lidia, agarrada a mi aleta y escoltados siempre por “Molly” y Luismi, me acompañaba a todos lados. Íbamos juntos al colegio y juntos nos sentábamos en clase, juntos jugábamos en el patio y juntos compartíamos sueños y aficiones. Íbamos juntos al cine y juntos celebrábamos nuestro cumpleaños ya que ambos nacimos en el mes de Febrero, aunque yo era un año mayor. Y aunque os parezca gracioso los dos habíamos nacido bajo los auspicios del signo zodiacal de acuario. Qué paradoja, ¿verdad?

A los cuatro nos encantaba explorar los rincones de aquel río y los cuatro soñábamos jugando a que éramos exploradores que descubrían nuevos mundos y lugares que después llevarían nuestros nombres: “Guppylandia”, “Mollyntown” o “Luismichussets”.
Una mañana en clase de Conocimiento del Medio la simpática y atractiva señorita Laura nos enseñó en un mapa los distintos mares y océanos, mares y océanos donde desembocaban ríos, ríos como el nuestro.

  • Nuestra casa, el río donde vivimos tiene nombre. ¿Alguien sabe cómo se llama?, preguntó la señorita.

Nadie contestó. Todos sabíamos donde vivíamos, que aquel río lleno de vida era nuestro hogar, el hogar de nuestros padres y de los padres de nuestros padres. Pero ninguno sabíamos su nombre.
La señorita Laura nos sacó de dudas.

  • Está bien niños, os lo diré. El río donde vivimos se llama Magdalena y desemboca en el mar Caribe, un mar tropical situado en el océano Atlántico. El mar Caribe también se conoce como mar de las Antillas y se comunica con el océano Pacífico a través del canal de Panamá. Durante muchos años fue el hogar de piratas, corsarios y bucaneros que atacaban las embarcaciones cargadas de tesoros. Muchos de ellos todavía se encuentran en los barcos que se hundieron en él. Piratas como Morgan o Barbanegra fueron muy conocidos y temidos en la región.

Toda la clase se quedó boquiabierta con las explicaciones de la señorita Laura. Los datos se entremezclaban con las anécdotas, cada cual más curiosa y entretenida, de aquel mar tan cercano y a la vez tan desconocido. Cada vez que la señorita Laura aportaba un nuevo dato todos la mirábamos sorprendidos y las exclamaciones inundaban el ambiente de una clase cuyos alumnos permanecíamos todos atentos y en silencio. He de reconocer que fue la lección más excitante de toda mi vida. Durante el recreo planeamos cómo llegar al mar Caribe para una vez allí buscar y encontrar
alguno de los tesoros guardado en alguno de los cientos de barcos hundidos por la barbarie de los piratas. Además, teníamos la curiosidad de comprobar por nosotros mismos las maravillas relatadas por la señorita Laura. Dicho y hecho. Aquella misma tarde y después de la salida del colegio nos dirigimos a casa y equipados con mochilas, una brújula para orientarnos y varias linternas para ver en la oscuridad nos lanzamos, arrastrados por la corriente, hacia la aventura de llegar a un mar que prometía ser extraordinario. En el camino nos encontramos con otros peces, peces de especies que no habíamos visto nunca, peces de múltiples formas y colores, inflados como globos o delgados como láminas de papel. Pero eran tantas las ganas que teníamos de llegar a nuestro destino que no quisimos entretenernos para no perder ni siquiera un segundo de tiempo. La única vez que detuvimos nuestra marcha fue frente a la entrada de un parque de atracciones. Sabíamos de su existencia por los anuncios que habíamos visto en televisión pero nunca habíamos estado en uno. Los cuatro nos quedamos boquiabiertos. Nunca habíamos visto nada igual. Las luces intermitentes emitían un brillo espectacular y la música de las atracciones hipnotizaba más que cualquier otro sonido. Entonces comprendimos que después de cuatro horas de viaje habíamos nadado mucho y que nuestros hogares quedaban ya muy lejos. Las fuerzas empezaban a flaquear y la noche se nos echó encima. Y aunque podíamos oler la sal y sabíamos que estábamos muy cerca del mar decidimos descansar en un frondoso bosque de algas marinas para continuar nuestro camino a la mañana siguiente. Antes de acostarnos alimentamos nuestros debilitados y hambrientos estómagos con algunas plantas y semillas que llevábamos en la mochila. El sueño y el cansancio se apoderaron enseguida de todos nosotros. Aquella noche tuve el mejor sueño de toda mi vida. Soñé que regresábamos a casa cargados con un enorme cofre rebosante de monedas de oro. Allí estaban nuestros padres, el señor alcalde, la señorita Laura, todos orgullosos de nuestra hazaña.

A la mañana siguiente emprendimos de nuevo nuestro viaje. Después de quince minutos nadando nos encontramos con unos preciosos arrecifes de coral. Era la señal de que por fin habíamos llegado al mar. Todo era mucho más grande de lo habitual. Aunque nuestra alegría duraría escasos cinco minutos. Apenas habíamos llegado al mar y mientras nos deleitábamos con la belleza de aquel maravilloso paisaje alguien, supongo que un pescador, me atrapó en su red. Mi padre ya me había alertado del peligro que suponía caer en una red pero nunca creí que sus alarmantes consejos fueran verdad. Desde allí pude observar como mis amigos se asfixiaban agonizantes al contacto con los vertidos residuales y tóxicos que una fábrica arrojaba al mar. Aquella mañana fue la última vez que les vi con vida.

Hace años que vivo encerrado en este acuario donde los humanos me exhiben para que niños y adolescentes como vosotros podáis ver el último ejemplar de pez vivo. Ahora los niños y adolescentes como vosotros sabéis que alguna vez el mar estuvo poblado de peces, peces como yo. Un mar que el hombre contaminó con envases de aluminio, con botellas de vidrio, con plásticos y pilas cuyos metales pesados se introdujeron en la cadena alimenticia y acabaron envenenando a muchos humanos. Un mar donde el hombre pescaba a las crías de los peces, pequeñas, diminutas e indefensas, que luego se comía. Ahora el agua potable es un bien escaso. Los manantiales se secaron y el hombre derrochó el agua regando sin control, dejando los grifos abiertos, malgastando un bien común que no quiso reutilizar. Los ríos y los mares no pudieron digerir la cantidad de basura que se les arrojó y murieron envenenados. La privación del agua contribuyó directamente a la pobreza, a la insalubridad y a la mala nutrición del ser humano.

¿Sabíais vosotros, niños y adolescentes, que en nuestro planeta existían más de 25.000 tipos diferentes de peces, más del total de la suma de mamíferos, reptiles, anfibios y aves?

¿Sabíais vosotros, niños y adolescentes, que debido al calentamiento global muchas especies de peces abandonaron su hábitat natural desplazando sus sitios de desove como consecuencia del aumento de la temperatura del agua?

Ahora lo sabemos gracias a los miles de libros que hay guardados en las bibliotecas y que entonces nunca nadie leyó.

Me he convertido en una atracción para los visitantes, niños y adolescentes como vosotros, y salgo retratado en miles de fotografías que reflejan mi tristeza y mi soledad. Soy el único pez vivo de todo el planeta. Mañana hará dos años que vi llegar al museo a “Molly”, a Luismi y a Lidia. Ahora les veo todos los días, colgados como trofeos de caza en una pared. Sé que cuando muera ya no quedará ningún ejemplar de mi especie y que acabaré colgado como ellos en una pared, con una frase que resumirá toda mi vida: “Pez de la familia de los Poecilidae, vitrina diecisiete”.

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