Me encanta ser espectador de conciertos como éste, en locales pequeños, lejos de las aglomeraciones y empujones de las grandes citas en los grandes recintos; conciertos como éste en los que compartes el sudor del artista y después del show puedes hablar con él e incluso tomarte algo y hacerte fotos y sentir como tuyo su esfuerzo. Un binomio perfecto si la respuesta del público fuera la correcta. La madrileña sala Ritmo y Compás, cómplice de nuestras noches más musicales, registró la noche del martes veintisiete de marzo una entrada poco más que ridícula en comparación con la categoría musical y escénica de los grupos presentados. Algunos le echamos la culpa al fútbol (otra vez jugaba el Real Madrid en televisión) y otros al precio de las entradas. Lo cierto es que aquellos que por las circunstancias que fueran no estuvieron allí perdieron la oportunidad de disfrutar del sleaze más rockero, más sucio y callejero de Dirty Passion y L.A. Guns. Esperemos que en sus próximas actuaciones en España (ahora les toca disfrutar a Zaragoza y Barcelona) tengan algo más de reclamo.
Pasaban veinte minutos de las nueve de la noche (un concierto programado para dar comienzo a las ocho y media) cuando los suecos de Dirty Passion nos presentaban su puesta en escena más sucia y pasional aliñada con unas gotitas de adrenalina rockera. En la escasa media hora de actuación (tocaron seis temas, los más significativos de hasta la fecha su último disco titulado “Different tomorrow”) consiguieron que el respetable disfrutara con ellos, haciéndole participar en todo momento y siendo protagonista de un concierto que supo a bastante poco. Una banda que nos dejó muy buena impresión a los presentes.
A las diez y cuarto de la noche sonaban los primeros acordes de “Come together”, canción de The Beatles con la que los californianos abrieron el cerrojo a una esperada actuación que aunque empezó tarde y no llegó a la hora y media de duración, consiguió que el respetable (poco más de cincuenta personas) disfrutara, bailara y acompañara al grupo en todo momento. Enlazaron la versión con otro clásico, “Electric gypsy”, un tema que tiene la peculiaridad, como otros muchos del cuarteto, de enganchar más cuanto más lo escuchas. Para entonces tanto el cantante Scott F. Harris como el propio Tracii Guns se habían despojado de sus camisetas para, en el caso del guitarrista, dejarnos ver sus cuerpos tatuados, verdaderas pinacotecas de la vida y la carretera. No faltaron a la cita los homenajes sonoros a Led Zeppelin con la sentida interpretación de “I´m gonna leave you” que enlazaron con la no menos preciosa “The ballad of Jayne”, una de mis favoritas y que inundó de nostalgia necesaria la sala. Tampoco faltó el espontáneo que quiso acompañarlos en el escenario y que no hizo otra cosa que estorbar tirándole los platos a Doni Gray. Anécdotas aparte, la banda se atrevió a cantar un tema en castellano titulado “Nuevas formas de volar”, poniendo la guinda a un pastel sonoro que no empalagó con un puñado de clásicos como “Over the edge”, “One more reason” y “Rip n' tear”, introducido con un soberbio dueto entre el cantante y el guitarrista y que con una magistral interpretación puso el punto y final a una primera parte de actuación tan frenética como entrañable. Pasados cinco minutos la banda volvió al escenario para interpretar “Whole lotta love”, otro clásico de Led Zeppelin que aderezaron con solos interminables, poses que emulaban al mítico Robert Plant y esperas innecesarias que lo alargaron más de lo debido y que acabaron con un pequeño guiño a “Paint it black”, conocido tema de The Rolling Stones.
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