Referente sería la palabra
que, con acierto, definiría la relación entre Javier Menéndez Flores y
un servidor. Admirador, compañero y (quizás) amigo, también. Pero en la palabra referente convergen nuestros caminos. Y es así porque, por ejemplo ahora,
cuando creo haber escrito algo digno de ser leído, me invade la duda de si él
lo hubiera hecho de una forma más cautivadora. Es entonces cuando leo y releo
sus libros, y sus artículos, y sus entrevistas, para sentir el alivio de que
ambos, en divisiones literarias diferentes, escribimos lo que nos sale (¿del
corazón?). Rectas literarias – la suya coherente y desvirgada por un invento llamado
Internet -, que también convergen en otros puntos, por ejemplo, en “la
afición de escribir, a secas; los libros vinieron más tarde y son consecuencia
de lo primero. ¿Por qué escribo? Pues no lo sé. Porque no puedo evitarlo,
supongo. Y poniéndome pedante, citaré a André Gide: ‘Por poner algo a
resguardo de la muerte’. ¡Ah!, y también, seguramente, porque no sé jugar al
fútbol. Si no, de qué”.
Cierto. A ambos nos cautiva
el canto de sirenas de la obligada devoción. Curiosamente, también nos une el
milimétrico cuidado con que mimamos cada uno de nuestros “herederos
literarios”.
“En todos los libros que
he escrito he tratado de dar lo mejor de mí. Que cada lector me recuerde por el
que más le gustó. Pero lo que ocurra cuando yo ya no esté, palabra de honor, no
es algo que me quite el sueño. No me considero, en absoluto, un escritor
consagrado. Tampoco soy consciente de haber escrito ninguna obra maestra. Pero
no desespero”.
Nuestros gustos se encuentran en la exquisita
lectura de libros como “El conde de Montecristo”, de Alejandro
Dumas (padre) o “El increíble hombre menguante” de Richard
Matheson, y en la escucha de "long plays" imperecederos como “Alive II” de Kiss
o “Blonde on blonde” del sempiterno Dylan. Y por supuesto, proclamamos con orgullo saber con certeza
lo que somos: escritores.
“[Cita a Dylan] ¿Cuántos
caminos debe recorrer un hombre / antes de que lo llaméis hombre?. Si no me
considero escritor después de más de 20 años en esto, con 12 libros publicados
y no recuerdo el número de artículos, columnas y entrevistas para revistas y
diarios diversos, es que algo estoy haciendo mal. [Escritor es] Aquel
que junta palabras con la suficiente habilidad y fortuna como para convencer a
quienes lo leen. Debe tener una base, hecha con lecturas y oficio.
Y si luego cuenta con un gramo de talento, ¡‘voilà’!”.
Y cuando le pregunto cómo le gustaría que le recordaran, elocuente, contesta: La Historia, como a todos, me ‘absorberá.
El universo literario de Javier
amplía sus fronteras al contar las vidas de artistas de la categoría de Dani
Martín (El Canto del Loco), “Robe” Iniesta (Extremoduro)
o Joaquín Sabina, entre otras. Su última entrega lleva por título “No amanece jamás“ y en ella desgrana
el legado “letrístico” del artista jienense.
“[Sabina] Es uno
de los tres mejores escritores en español que existen; un excelente escritor de
canciones que tiene la desgracia de caer bien”.
Un libro bien ilustrado “en
su mayoría con fotografías que se han comprado a agencias y a fotógrafos
varios. Sabina también cedió algunas de su archivo personal. Las
seleccioné todas yo solito, sí, ¡y son más de 200! Un trabajo de chinos”,
para el que llevaba documentándose toda la vida y que escribió en
apenas un año.
Una parada obligada es
hablar de Joaquín con alguien que le conoce tan bien como para escribir
sobre él (y repetir experiencia).
“[Joaquín] No es
un artista predecible. Escribe las canciones que luego le permiten salir al
escenario”.
El de Úbeda se encuentra en
el delicado momento de sacar un disco - “Lo niego todo” – que Javier todavía
no ha escuchado. Quizás sea retórico preguntarle si hay tanto “sabinero” como
se proclama.
“¿Hay tanto madridista como
se dice? ¡Si llena siempre que toca en Las Ventas y en el Palacio de los
Deportes! Y ha abarrotado más de veinte noches seguidas el Luna
Park, en Buenos Aires. ¿A ti qué te parece?”.
Ambos nos autoproclamamos seguidores
de Joaquín. Y a mucha honra. Paradójicamente, es el disfrute de su arte
el que diverge nuestros caminos.
Sin ser el disco que le
consagra, para un servidor “19 días y 500 noches” supone el clímax
compositivo del Sabina más musical. Hasta la fecha.
P.D.: Margarita Bañón
es la autora del bonito retrato de Javier que engalana esta entrevista.
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