domingo, 13 de noviembre de 2022

Adelanto de "LA SOLEDAD DE LO INVISIBLE", próxima novela histórica de Amado STORNI

 

I

Quinto Sertorio

    Conquestum Caracca. 77 a. C.

   Atardece septiembre. El viento originado desde las húmedas llanuras sopla agradable. Quinto Sertorio, el díscolo pretor romano, llega hasta los pies de la agreste colina a lomos de un caballo blanco, un esbelto corcel con las crines adornadas de oro que reflejadas por los rayos del sol le compite en majestuosidad a su jinete. El equino, que siente en sus flancos las rodillas del general, se contonea al ritmo de las palabras de un Quinto Sertorio que demuestra un temple asombroso, cualidad que desde el alma transmite la verdadera superioridad. Ayer ordena a las tropas acampar al sureste del cerro, en la margen derecha del río Tagus, y hoy les exige que se preparen para la batalla. En el perímetro del campamento, un rectángulo que no supera un acta geodésica, los soldados escarban un profundo foso periférico y levantan terraplenes sobre los que se colocan estacas y cordeles a modo de protección. Los gestos de aquellos que se disponen a entregar la vida por la causa romana se aliñan de un respeto superlativo que arrebata la voluntad como una borrachera. El olor a muerte se palpa denso. Si alguien anhela cosas insólitas este es el momento de pedirlas. La brisa empuja las palabras más allá del horizonte y el eco, prolongado como un trueno, se encarga de amplificarlas como si el mismísimo Júpiter las pronunciara desde el cielo. 

   ―No hay muerte más hermosa que la de morir luchando ―grita Quinto Sertorio―. No se puede huir de la muerte pero hoy la voluntad de los dioses decide nuestro destino. ¿Creéis en el destino? Yo, sí.

   Al escuchar aquella voz tan penetrante el alma no permite otra cosa que envalentonarse. Por todos es conocida la rectitud de Quinto Sertorio con sus clientelas militares a las que instruye todos los días, antes incluso de la salida del sol, en la lucha cuerpo a cuerpo, en los ejercicios ecuestres, en las carreras y en la esgrima. Y acostumbra a adornar sus cascos con oro y plata, y les enseña el uso de mantos y túnicas, y les anima a que decoren sus escudos. Y les obliga a transportar su propia impedimenta, esto es, un capote-manta militar, las raciones de comida diaria, un pico, un hacha y una pala. Y un par de estacas dentadas con las que se levantan las empalizadas de los campamentos. Una dotación con un peso superior a las ochenta libras.     

Apportatio

   Esta necesidad de tropas abre de par en par las puertas del ejército a los más necesitados. A cambio de sus servicios reciben un estipendio: parte del botín, de los esclavos o de las tierras, además de la ciudadanía romana si carecen de ella. El Estado, así, profesionaliza la milicia y la desliga del clasismo de épocas pretéritas. Los generales se garantizan el apoyo incondicional de sus ejércitos al tiempo que se da origen a una nueva raza de hombres adiestrados para la guerra y a la que llaman legionarios.

   Siempre sobrios y rigurosos cumplidores de las órdenes que reciben, los soldados son severamente castigados si cometen algún delito. Su comportamiento debe ser el de un militar romano y no el de un indígena. Y engrandecen su valentía pues saben que los progenitores no entregan a sus hijas al matrimonio sino que son ellas las que escogen a los hombres más predispuestos para la guerra. Quinto Sertorio alinea a los bárbaros en su bando, todos jóvenes, para así establecer un mejor control sobre ellos al tiempo que suaviza sus tensiones sociales, todavía no resueltas y alimentadas por la insolente avaricia recaudatoria de los tribunos que le preceden. Y se empeña en romanizar a los vástagos de las élites nativas a quienes educa según los cánones clásicos dictados por Grecia y Roma. Y vestidos con la toga pretexta asisten a clase con regularidad. Sus gastos los costea el propio Quinto Sertorio, quien premia a los mejores condecorándolos con unos collares de oro que llama bulas. Es tal la devoción que sienten sus guerreros por él, tan solo comparable a la labrada por Escipión “El Africano”, que en la lucha salvan la vida del general antes que las suyas propias.

   ―Mujeres, ancianos y niños no serán tocados. Pero ningún hombre capaz de blandir un arma puede quedar con vida. Nos regimos por el deber y no por la ambición. No lo olvidéis nunca: luchamos para sobrevivir.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario