Me he vuelto intransigente, y terco, y
pedante. Y fanático, y arrogante, y soberbio. Y rozo el extremismo, y
excedo el ridículo. Se preguntará, amigo lector, el porqué de este sorpresivo cambio en mi actitud.
Le cuento. Desde hace un mes asisto a un taller de gramática,
actividad que al principio me resultaba ilusionante pero que ha arruinado mi vida. ¿Que no
me cree? Le detallo. Desde hace un mes me duele a muerte que la
gente hable o escriba mal. Lo corrijo todo: discursos, noticias, invitaciones de
boda, esquelas, conversaciones, homilías... ¿Que no me entiende? Le explico.
Hace dos semanas acabé en comisaría después de que un policía me pillara, a punta de
spray, corrigiendo una pintada en la calle. La frase decía: “La educación no canbia el mundo: canbia a
las personas que van a canbiar el mundo”. ¡Cambiar escrito con ene! Como comprenderá, amigo lector, un mensaje tan sugerente no
lo era tanto al estar mal escrito, así que lo corregí. Lo dicho, que terminé en
comisaría, esposado cual delincuente y explicando que mi intención no era vandálica y sí educativa. Aquel atrevimiento me costó
seiscientos euros y el alta de una ficha policial. Continúo. La semana pasada, mientras
disfrutaba plácidamente de un café en la terraza de un bar, interrumpí varias veces la
conversación de una pareja que ilusionada hablaba de la película que iban a ver. Después de corregir su lenguaje y de contarles que el asesino era el conserje, tuve que salir corriendo ya que insistían en que les abonara el dinero de las entradas. Ayer mismo mi mujer,
después de veinte años de feliz matrimonio, me echó de casa pues no
aguantaba más mis continuas correcciones. Después de gritarme: “¡Ahí tienes las maletas! ¡Vuelve cuando
cambies tu actitud! ¡A tomar por culo!”, yo, tan ocurrente, apuntillé:
―Cariño, ¡a tomar
por el culo! Se dice, ¡a tomar por el culo!
¿Me entiende
ahora?
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