jueves, 7 de abril de 2011

AMISTADES PELIGROSAS

LO sorprendente de aquel verano no fue el calor sofocante, ni las playas infectadas de inmigrantes. Inmigrantes queriendo llegar a la costa. De pie o tumbados. Lo sorprendente de aquel verano fue encontrarme después de casi 25 años con Paco, un antiguo compañero del colegio, a mil ochocientos kilómetros de Madrid. Fue Paco quién me reconoció. Cuando se presentó no me percaté de que era él hasta que, después de casi dos minutos de darme detalles de aquellas épocas pasadas, me hizo recordar. Y es que esa época fue de las mejores de mi vida. Nos abrazamos, nos presentamos a nuestras respectivas acompañantes y nos fuimos a tomar algo. Después de casi tres horas pintando de presentes el pasado quedamos para vernos al día siguiente. Y así fue. Al otro día apareció para recogernos en el hotel donde nos hospedábamos. Se pasó a recogernos montado en un Audi A-4, el mismo modelo y color que el mío.

- ¿Te puedes creer que yo tengo uno igual?, le dije. Del mismo modelo y del mismo color. Lo estrené para hacer este viaje. No tiene una semana.

- Yo hace un año que me lo compré, dijo él.

Al principio no le di mayor importancia. Las probabilidades de que dos personas tuvieran un coche de una marca y un color tan poco comunes eran pocas pero suficientes para convencerme de que existía la casualidad.

Después de pasar la mañana en la playa contando una y mil anécdotas de aquellos años de colegio, nos fuimos a comer. El restaurante no era de lo más “chic” pero era acogedor. Nos sentamos. Yo pedí carne. Paco también.

- ¿Y cómo os conocisteis Yoli y tú?, preguntó Beatriz, la mujer de Paco.

- En una discoteca, dije yo.

- Qué curioso. Nosotros también. Y después de dos años de noviazgo nos casamos, dijo ella.

- Nosotros también, dijo Yoli, mi mujer. En el año 1999.

- Nosotros en 1998. El 27 de Abril.

- Qué casualidad. Nosotros también, dijo Yoli.

- Este año cumplimos diez años de casados, dijo Paco.

- Nosotros los haremos el año que viene, dijo Yoli.

Tanta casualidad empezaba a asustarme. Primero el coche, luego la comida, ahora nosotros. En fin. A veces el destino es así de caprichoso.

Quise acabar con el presentimiento que tenía de aquel destino tan predestinado a la casualidad preguntándole a Paco por Cristina, su hermana, y a la que conocía porque también había estudiado con nosotros. Sería mucha casualidad que ella también fuera lesbiana como mi hermana Susana y que además se hubiera ido a vivir a Italia como lo hizo ella.

- Se casó con su novia de toda la vida y se fue a vivir al extranjero.

- A Italia, ¿verdad?, dije yo.

- ¿Cómo lo sabes?

- Intuición masculina.

Increíble pero cierto. Y no era lo único que me unía a él como si fuéramos la misma persona, como si nuestros genes se hubieran fundido en uno solo y su sangre fluyera por mis venas. Paco trabajaba en un almacén como yo, vestía casi siempre de negro como yo y bebía whisky como yo. Jack Daniels. Como yo.

Los seis días que pasamos juntos fueron los peores de mi vida. Siempre nervioso, inquieto, angustiado por no saber algo de Paco que no me gustara saber.

Después de casi una semana de comer juntos, pasear juntos, alternar juntos, llegó el día de despedirnos.

- No me gustaría perderte el rastro otros 25 años, dijo Paco. Podríamos quedar algún día en Madrid para ir a cenar los cuatro juntos. Conozco un restaurante que os va a encantar.

- Estupendo, dijo Yoli. Cuando lleguemos a Madrid os llamamos y quedamos. Lo hemos pasado muy bien con vosotros, ¿verdad Raúl?

El silencio contestó por mí.

No volví a saber nada de Paco hasta ayer. Mañana se cumple un año de su muerte atropellado por un coche.

Y aquí me tienen ustedes. Solo. Distante. Pensativo. Sentado en una silla esperando a la muerte.

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